martes, enero 21, 2020

Carlota



Llega en su silla como una reina y como a una reina, así la tratan. Por su cuerpo, el tiempo pasa. Por su mente, el tiempo se detuvo de repente. Llega en su silla con un coro que le mima y le canta canciones. Ella, a veces, trata de dar palmadas y ellos, siempre, le corresponden con abrazos y achuchones. Llega en su silla y la cambian. Es la hora de la piscina. Y mientras la cambian, le siguen cantando. Le ponen en una silla diferente y la monitora se la lleva al agua. Ellos descansan, aunque sea un rato. En sus ojos se ve el cansancio y el amor infinito. En sus ojos se percibe la angustia de no saber qué sucederá mañana. Porque la palabra futuro no tiene mucho sentido cuando sabes que hay una fecha de caducidad. Y rezan para que ella no se quede sola y se sienten fatal cuando piensan:"mejor ella antes que nosotros" porque vivir sin ser consciente de la vida, no es vida. Y mientras tanto, Carlota ha surcado los siete mares, ha sido la estrella de mar más hermosa, ha nadado sin saber nadar.
Termina la sesión, toca de nuevo desvestirla, darle una ducha, cambiarla, darle de cenar con esos tupers de fruta y galletas. Carlota es generosa, no le importa que mi hijo pequeño le coja alguna galleta. Él la mira un tanto extrañado y yo le explico, intentando que pueda comprender que aunque Carlota sea más grande, es más pequeña que él. Nos vamos, dejando a Carlota con sus padres. Se le oye por casi todo el polideportivo. Más canciones, más dibujos animados en el móvil. Solo la vemos un rato, una vez por semana. Me cuesta imaginar como será el día a día de esa familia. Por eso, quiero transmitirles todo mi afecto y todo mi respeto. Y también quiero expresar todo mi agradecimiento a todas esas personas que hacen que la vida de Carlota, y la de tantos otros, sea un poquito mejor. Dure lo que dure.