miércoles, diciembre 24, 2008

La última casa

En la calle apenas queda gente. Hace frío. Los más rezagados se apuran por llegar a sus casas. Se hace tarde. La noche es muy desapacible. El silencio es total. Alguien llama. ¿Quién puede ser a estas horas? No abras, que seguro que son mendigos. Muchos ni se dignan en mirar quien llama a su puerta y aquellos que lo hacen niegan con la cabeza. Cada vez hace más frío y cada vez van quedando menos casas que llamar. La gente está a lo suyo. Algunos desprecian a los recien llegados, otros los miran con compasión pero no se mueven de su sitio. Los que abrieron la puerta son aún más pobres que ellos y no tienen nada que ofrecerles. La última casa, la última oportunidad. Un hombre mayor abre la puerta. Se le conmueve el corazón al ver la escena que tiene ante sus ojos. Un hombre joven aterido de frío y una mujer a punto de dar a luz le están pidiendo un sitio donde dormir. Pero él solo tiene un camastro y un establo semiderruido al lado de su casa. El establo estará bien, le dicen. No pudiendose negar, les cede el establo. A las pocas horas, oye el llanto de un niño. Con su raquítico camisón de tela, se acerca a ver que tal está la mujer y el recién nacido. No le importa el frío que pueda hacer fuera. Cuando llega, ve al hombre y a la mujer contemplar al bebé con ternura. El frío ha desaparecido. En toda su vida se había sentido tan bien como en esa noche. Los padres de la criatura le miraron agradecidos. Ojalá tuviera algo mejor que ofrecerles, musitó. El niño le sonrió y en aquel instante comprendió que quien realmente había recibido algo esa noche había sido él. Lleno de alegría y de gozo, se arrodilló y besó el pie del niño...

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