jueves, mayo 19, 2005

"Orilla de tu vientre" de Miguel Hernández

¿Qué exaltaré en la tierra que no sea algo tuyo?
A mi lecho de ausente me echo como a una cruz
de solitarias lunas del deseo, y exalto
la orilla de tu vientre.

Clavellina del valle que provocan tus piernas.
Granadas que ha rasgado de plenitud su boca.
Trémula zarzamora suavemente dentada
donde vivo arrojado.

Arrojado y fugaz como el pez generoso,
ansioso de que el agua, la lenta acción del agua
lo devaste: sepulte su decisión eléctrica
de fértiles relámpagos.

Aún me estremece el choque primero de los dos;
cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas,
impulsamos las sábanas a un abril de amapolas,
nos inspiraba el mar.

Soto que atrae, umbría de vello casi en llamas,
dentellada tenaz que siento en lo más hondo,
vertiginoso abismo que me recoge, loco
de la lúcida muerte.

Túnel por el que a ciegas me aferro a tus entrañas.
Recóndito lucero tras una madreselva
hacia donde la espuma se agolpa, arrebatada
del íntimo destino.

Corazón de la tierra, centro del universo,
todo se atorbellina, con afán de satélite
en torno a ti, pupila del sol que te entreabres
en la flor del manzano.

Ventana que da al mar, a una diáfana muerte
cada vez más profunda, más azul y anchurosa.
Su hálito de infinito propaga los espacios
entre tú y yo y el fuego.

Trágame, leve hoyo donde avanzo y me entierro.
La losa que me cubra sea tu vientre leve,
la madera de tu carne, la bóveda tu ombligo,
la eternidad la orilla.

En ti me precipito como en la inmensidad
de un mediodía claro de sangre submarina,
mientras el delirante hoyo se hunde en el mar,
y el clamor se hace hombre.

"Orilla de tu vientre" de Miguel Hernández, después de leer poemas como éste, a uno se le quitan las ganas de intentar ser poeta porque Miguel era un auténtico poeta y yo no soy más que un vulgar aprendiz.
Reflexión final:
Si después de leer cualquiera de tus poemas,
el lector no se ha emocionado
es que no es lector ni nada.
Hay tanto sentimiento encerrado
que impregna nuestras almas
errantes, poéticas, etéreas.
No hay palabras,
todo es un asombro infinito
ante este poeta desmesurado.
Miguel, maestro, amigo,
te callaron seres desairados
y regidos por una vena amarga.
Te encerraron,
esas viles alimañas
fértiles sólo de castigos.
Pero no te callaron,
¡sigues vivo!
Sigue presente todo tu ser desaforado...
Ya me despido
de tí, lector enamorado,
la senda está trazada
para que la poesía siga su camino.

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