La pequeña Inés
no se imagina
que a través del cristal
alguien la mira.
Es un padre que con ternura
observa orgulloso
a ese pedacito de vida,
a su más preciado tesoro.
La pequeña Inés se despereza
coge con sus brazos al mundo entero
y si sonríe, arranca el sol de cuajo
y lo pone por los suelos.
Todos los demás nos quedamos mudos
con tanta fuerza y delicadeza,
no hay nada en el mundo
que iguale tanta belleza.
Mientras tanto,
la madre se recupera
de haber dado a luz en otoño
a la más preciosa primavera...
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